martes, 4 de marzo de 2008

La enumeración vana de dos colores en si misma no significa mas que eso: una pollera roja sobre un banco gris, una pared gris con un graffiti rojo, etc. Pero el sentido de este binomio se encuentra en la unión y en la forma de ser expresado. El rojo se ha usado siempre como representación de la sangre, y de hecho el flujo de la sangre es la vida. El gris, en cambio, sugiere monotonía, lluvia,la ciudad en sí misma, en abstracto.
Que el rojo se encuentre sobre el gris, arremetiendo y apasionándolo, sobresaliendo de la descarada imagen de la ciudad, no es más que la connotación de vida sobre el onanismo reinante en una sociedad que naufraga sobre sus miserias. Es el símbolo de detención, de atención, de prohibición y es también sorprendentemente comercial.

En cambio el gris opaca, aplasta. Enaltece la soberanía de los poderosos. Nos uniforma como a vástagos perdidos y olvidados. Nos anestesia de toda posible manifestación y protesta. El gris es chatura en su más amplio espectro.
El rojo revitaliza y sorprende. Sobresale y es osado el que se atreve a usarlo y hasta casi considerado grosero por los tibios locos de trajes negros.

El gris y el rojo son la antitesis perfecta, aún mejor que la del blanco y el negro. Se desdeñan y rehuyen formando a su vez maravillosas combinaciones, pero jamás podrán mezclarse porque darán tonos repulsivos. Es por ello que el rojo va sobre el gris, sustrayendo al espectador del cruel isocronismo cotidiano para despabilarlo y hacer su llamado de atención. Un llamado que sugiere que aún



t o d a r e b e l d í a e s p o s i b l e.